151014El Museo del Prado, la Obra Social «la Caixa» y laFundación CajaCanarias han presentado la exposición titulada Los objetos hablan. Colecciones del Museo del Prado , una detallada selección compuesta por 60 pinturas y objetos de las principales escuelas artísticas europeas (española, flamenca, italiana y francesa), de entre los siglos XVI y XIX. Abierta al público hasta el próximo 16 de enero de 2016, la muestra podrá visitarse en elEspacio Cultural Fundación CajaCanarias de Santa Cruz de Tenerife de lunes a viernes, en horario de 11 a 14, y de 17 a 20 horas; así como los sábados de 10 a 14 horas. Los objetos hablan llega a Tenerife tras una exitosa trayectoria por diversas ciudades españolas (Cádiz, Zaragoza, Tarragona, Lleida o Girona), donde ha sido capaz de congregar a más de 150.000 visitantes.

Más de 25.000 personas, entre ellos 5.000 estudiantes, se dieron cita hace cinco años en este Espacio Cultural, fecha en que tuvimos la fortuna de recibir, por última vez, una muestra del Museo del Prado. En aquella ocasión «El retrato español en el Prado. Del Greco a Sorolla» produjo un llamamiento entre la población que, estamos seguros, será superado por esta exposición, recordó Alberto Delgado, presidente de la Fundación CajaCanarias, en el acto de presentación de Los objetos hablan. El director territorial de Caixabank en Canarias, Andrés Orozco, destacó en su intervención la alegría que nos proporciona poder afirmar que el Museo del Prado va a pasar las navidades en Canarias, en relación a la duración de la muestra, que permanecerá en el Espacio Cultural Fundación CajaCanarias de Santa Cruz de Tenerife hasta el próximo 16 de enero.

Ignasi Miró, director del área de cultura de la Fundación Bancaria la Caixa recordó en su intervención que Los objetos hablan supone la 30º exposición que llega a Canarias desde que se puso en marcha la programación itinerante de la Caixa. La unión de tres voluntades ha hecho posible un nuevo desembarco en Tenerife de una colección del Museo del Prado dado el grato recuerdo que existía en el Museo tras las dos exposiciones realizadas con CajaCanarias anteriormente, así como merced al proyecto «El arte de educar», que nuestra entidad impulsa con la institución de El Prado, desde 2009.

El protagonismo didáctico que conforma Los objetos hablan es precisamente, a juicio del director de Acción Cultural de la Fundación CajaCanarias, Álvaro Marcos Arvelo, su valor más inspirador. Es éste un proyecto cargado de futuro, convencidos que no hay mejor vía que el arte para explicar lo efímero del tiempo. El contenido de la exposición, su estructura, supondrá un tesoro incalculable para los miles de estudiantes tinerfeños que nos visitarán.

El Museo del Prado estuvo representado por su Coordinadora General de Conservación, Karina Marotta, así como por el jefe de Contenidos Didácticos del Área de Educación y comisario de la exposición, Fernando Pérez-Suescun. La vocación del Museo del Prado es estar en todo el territorio nacional, y en este Espacio Cultural CajaCanarias nos reencontramos con un equipo espléndido

y de enorme profesionalidad. Volver a Tenerife nos produce una gran satisfacción, destacó Marotta, quien recordó que «Los objetos hablan no es una exposición al uso: recoge los grandes nombres del arte y los visitantes encontrarán importantes obra pero, a la vez, descubrirá conceptualmente una asociación entre pinturas de la colección permanente del Museo y otras más experimentales así como, desde el punto de vista del disfrute, esta sala permite mayor cercanía con las piezas, recrearse en ellas, así como descubrir con mayor nitidez el trazo de los grandes autores.

Para finalizar la presentación de Los objetos hablan, Fernando Pérez-Suescun hizo un detallado repaso por la conformación de la muestra, así como de aquellos guiños que propone la estructura de la exposición, a través de la colocación de unas obras junto a otras, nunca de manera casual. Para el comisario de la muestra, accesible es el adjetivo que destaca a Los objetos hablan. Todo visitante puede entender y sentirse identificado con sus representaciones, con aquellos objetos cotidianos que se recogen a través de las obras. Asimismo, el carácter didáctico resultaba clave para las tres instituciones, y con esa magnífica sintonía con que hemos trabajado se refleja el gran trabajo coral resultante.

Los objetos hablan

Compuesta exclusivamente por obras del Museo del Prado, Los objetos hablan ofrece a sus visitantes la posibilidad de disfrutar de una cuidada selección de pinturas y también de objetos de artes decorativas, piezas de primer orden que tradicionalmente han quedado relegadas o ensombrecidas por las creaciones y los nombres de los principales pintores y escultores europeos de los siglos XV al XIX. Entre sus piezas, destacan creaciones maestras de artistas como Rubens, Sorolla, Zurbarán, Murillo, Goya o Ribera.

Las obras seleccionadas, que van desde una medalla de Felipe II, fechada en 1559, hasta la figura de una mujer en la playa pintada por Cecilio Pla en la segunda década del siglo XX, plantean una visión sobre los objetos que acompañan a hombres y mujeres en su vida cotidiana o en momentos de especial significación, aquellos con los que quisieron o pidieron ser retratados.

Desentrañar qué información nos dan los objetos sobre esos personajes, su época o su contexto geográfico, o qué significado oculto puede tener alguno de ellos es el principal cometido de esta muestra.

Los cuadros del Museo del Prado –los bodegones, por ejemplo– muestran una gran cantidad de elementos simbólicos, que contribuyen a enriquecer el aspecto formal que ofrecen y nos permiten un acercamiento al mensaje que el artista o su mecenas o cliente quisieron transmitir. Pero también hay en ellos numerosos detalles escondidos que nos obligan a recorrer una y otra vez la superficie pictórica para aprehender su esencia y su valor.

Los objetos hablan, y además –y esa es la clave– nos invitan a dialogar. Ese es el objetivo de la exposición: plantear un diálogo entre sus visitantes y los objetos del Museo del Prado, tanto los «reales» o tridimensionales como los representados en la cuidada selección de pinturas que forman parte de ella.

Ámbitos de la exposición

La clave está en el objeto

¿Qué es lo más importante en un retrato?, ¿qué atrae nuestra atención? Indudablemente, el espectador debe fijarse en la persona retratada, en su rostro, su mirada, su indumentaria, su peinado…; pero también en los objetos que lleva consigo o que aparecen a su lado.

En ocasiones, los objetos de los cuadros se convierten en auténticos protagonistas de la composición y en elementos clave para reconocer la escena representada; y esa función desempeña el instrumental quirúrgico que ha desplegado sobre la mesa el charlatán sacamuelas pintado por Theodoor Rombouts, que además lleva colgado al cuello un largo collar de muelas para demostrar el éxito de intervenciones anteriores a la que está realizando. En esos objetos está la clave de todo.

Los objetos nos retratan

Los objetos que nos rodean definen quiénes y cómo somos, es decir, nos retratan. Los trajes y vestidos que llevan los personajes de los cuadros que integran esta exposición sirven para indicar su estatus. En el caso de los retratos femeninos son particularmente importantes las joyas y los accesorios que lucen las retratadas, como la reina Isabel de Borbón, esposa del rey Felipe IV, que con el gesto de la mano derecha lleva la mirada del espectador hacia el rico joyel y el collar de perlas que adornan su vestido en el espléndido retrato que le hizo Frans Pourbus. En esa misma línea, la paleta y los pinceles con los que se autorretrata Carlos María Esquivel nos ayudan a reconocer en él a un pintor.

Por otro lado, los alimentos que muestran los ricos bodegones de cocina y de mesa hablan de costumbres gastronómicas y del contexto socioeconómico de la época en que fueron pintados estos cuadros, pero también del poder adquisitivo de quienes los encargaron.

Un mensaje escondido

Muchos cuadros encierran un mensaje oculto o simplemente ofrecen una información que el espectador no es capaz de percibir en un primer momento. En ocasiones, los objetos que acompañan a los protagonistas de algunas pinturas tienen un valor simbólico como las flores que san Diego de Alcalá esconde en el hábito (que hacen referencia al milagro del santo, que convirtió panes en rosas).

Asimismo, los objetos con los que han sido representados diversos personajes pueden servir para vincularlos a sus familiares o amigos ausentes (el camafeo que muestra la infanta Isabel Clara Eugenia), para resaltar la dignidad del retratado (el Toisón de Oro que luce el rey Felipe II) o bien para indicar su profesión o actividad (libros, armas, adornos, etc.). Otros, como la carta que una joven acaba de recibir con motivo de su cumpleaños en el cuadro de Raimundo Madrazo, nos invitan a imaginar qué puede poner en ella y quién se la habrá enviado.

El coleccionismo. De objeto de uso a objeto artístico

Desde tiempos remotos el hombre ha sentido la necesidad de acumular objetos y, es más, de mostrarlos a otras personas para dejar patente su estatus social y su nivel adquisitivo, como refleja la galería representada por Jan Brueghel en su alegoría de la Vista y el Olfato, que ilustra el afán coleccionista de la aristocracia flamenca de los siglos XVI y XVII.

Del mismo modo, el pintor Ignacio León y Escosura, que a finales del siglo XIX compaginó la creación artística con su actividad como coleccionista y anticuario, muestra su estudio en París y deja constancia de su interés por todo tipo de obras pictóricas, objetos decorativos, armas, libros y muebles.

Puede decirse que la belleza de los objetos reside en la mente de quien los contempla. Por esa razón muchos objetos pueden perder en un momento determinado su carácter utilitario para convertirse en piezas de colección, ya sea por su propia historia, por su valor artístico o por su poder de evocación. Así ocurre, por ejemplo, con la escribanía de plata que usaba el director del Museo del Prado o con los sombreros que llevaban sus celadores, que hoy forman parte de las colecciones artísticas del Museo y están presentes en la muestra.

Los objetos hablan a través de sus obras

Con una selección de notable valor artístico como la que compone Los objetos hablan, destacar determinadas piezas resulta aventurado, más allá de los nombres propios que pueden resaltar para el público asistente a la muestra. De este modo, los visitantes podrán mantener ese diálogo que la exposición plantea con obras de amplio reconocimiento.

Theodoor Rombouts, El charlatán sacamuelas (1620-25): Un sacamuelas ambulante ha desplegado sobre la mesa, alrededor de la cual se reúnen numerosas figuras, todo su instrumental

quirúrgico, descrito con asombrosa fidelidad por el pintor; seguidor de Caravaggio y especialista en este tipo de composiciones, Rombouts describe a la perfección una escena en la que los futuros clientes del sacamuelas observan atentamente su trabajo y esperan su turno.

Frans Pourbus el Joven, Isabel de Francia, reina de España (1615): Isabel de Borbón (1602-1644), hija de Enrique IV de Francia y María de Medici, contrajo matrimonio por poderes con el heredero del trono español, el futuro Felipe IV, en 1615. En fecha cercana a ese enlace debió de pintarse este retrato, en el que el gesto de la mano de la joven reina atrae nuestra mirada hacia el rico joyel y el collar de perlas de doble vuelta que luce.

Luis Egidio Meléndez, Bodegón con ostras, ajos, huevos, perol y puchero (1772): Meléndez, el gran especialista en la pintura de bodegones del siglo XVIII, sitúa en primer plano unas carnosas ostras, unos ajos y un plato de loza con media docena de huevos. El color blanco de estos elementos contrasta con los tonos más apagados del gran perol de bronce y el puchero de barro del fono. La obra forma parte de la serie de bodegones encargados por el Príncipe de Asturias (el futuro Carlos IV) para su Gabinete de Historia Natural del Palacio Real de Madrid.

Louis-Michel Van Loo, Diana en un paisaje (1739): La diosa romana de la caza, identificada por el creciente lunar sobre su cabeza, descansa plácidamente. En el suelo, junto a una trompa de caza, se encuentran sus armas, y sobre las vestiduras de tipo clásico tiene una piel de leopardo, otro de sus atributos, Firmada y fechada en la roca bajo la mano de la diosa, es una obra representativa del arte francés del siglo XVIII que debió ser realizada en España, adonde Van Loo llegó en 1737 para ser pintor de cámara del rey Felipe V.

Juan Pantoja de la Cruz, El emperador Carlos V, según Tiziano (1605): Pantoja de la Cruz realizó este retrato de Carlos V basándose en un original de Tiziano destruido el año anterior en un incendio del Palacio del Pardo. Era una imagen que reflejaba perfectamente el concepto de dignidad imperial y que se había convertido en referente iconográfico de los retratos de la Casa de

Austria. El emperador luce la armadura que utilizó en la batalla de Mühlberg de 1547 y se acompaña de otros atributos del poder regio como la espada, el bastón de mando y la celada sobre el bufete rojo.

Jan Brueghel el Viejo, La Vista y el Olfato (1620): Jan Brueghel, apodado «de Velours» (de terciopelo) por el extraordinario acabado de sus obras, realizó este lienzo con la ayuda de algunos de sus principales colaboradores. Además de ser una alegoría de los sentidos, personificados en las dos jóvenes situadas junto a la mesa y en todo lo que las rodea, esta abigarrada composición ilustra el afán coleccionista de la aristocracia flamenca, encarnado fundamentalmente en las figuras de los archiduques Alberto e Isabel Clara Eugenia, a los que perteneció el cuadro.

Juan Carreño de Miranda, Carlos II (1673): Carlos II, último monarca de la dinastía Habsburgo, posa en el emblemático Salón de los Espejos del Alcázar de Madrid. Viste de seda negra, con el Toisón de Oro al cuello, espada en la cintura, sombrero en la mano izquierda y un papel en la diestra. Además de la mesa sostenida por leones de bronce dorado (como los que se conservan en el Museo del Prado) destacan los grandes espejos con cabezas de águila, que dan nombre al reciento y que permiten ampliar la visión del espectador al reflejar la pared opuesta de la estancia.

José Jiménez Aranda, El pintor Joaquín Sorolla y Bastida (1901): En ese año Sorolla y Jiménez Aranda pintaron sendos retratos el uno del otro. Se conocían desde comienzos de la década de 1890, ocuparon sucesivamente el mismo estudio en Madrid y fue el pintor sevillano quien introdujo a Sorolla en la pintura costumbrista heredera de Mariano Fortuny. El artista valenciano, en el cuadro con 38 años, aparece retratado en plena faena, vestido con su bata de trabajo y cargado con sus herramientas, la paleta y los pinceles. Nos observa atentamente, como si fuésemos los protagonistas de su obra.