Portada del libro 'Ucrania sin cielo' Nadia Jiménez.

Nadia Jiménez (Las Palmas de Gran Canaria, 1968) está convencida de que la invasión rusa, que cumple un año, pretende “acabar con la cultura de Ucrania, silenciarla”. Como expresó en una primera presentación el abogado Ignacio Díaz de Aguilar, uno de los mejores expertos europeos en materia de acogida y refugio, ‘Ucrania sin cielo’ “no es un relato habitual de los migrantes que huyen, sino que recoge la mirada del espectador, que hemos hecho nuestra la tragedia”.

El día 10 de febrero, a las 19.30 horas, la autora, que publicó en 2022 su primera obra, ‘Dátiles por la vereda’, ofrecerá en la Casa de Colón una lectura sobre ‘Ucrania sin cielo’ acompañada por el eurodiputado Juan Fernando López Aguilar, presidente de la Comisión de Libertades, Justicia e Interior del Parlamento Europeo, y la presidenta de la Asociación de Ucranianos en Canarias, Olesya Lylak. El acto estará moderado por el periodista Jorge Liria, editor de Mercurio Editorial.

¿Qué le llevó a contemplar Ucrania, tras la invasión, como una patria sin cielo?

La tragedia en sí misma. Como los Balcanes en los noventa, son ciudadanos europeos que una noche se acostaron en paz y se levantaron en guerra. Aunque hay quien afirma que era un conflicto predecible, con las tensiones en la zona oriental del país (el Donbass), jamás nadie pensó que veríamos una devastación tan terrible, con bombardeos a toda hora. El cielo ha dejado de ser azul. Simplemente, ha dejado de estar.

¿Cómo es el retrato de Ucrania que refleja en su libro?

El de la memoria desde nuestra perspectiva de espectadores, sobre todo, en Occidente. Hurgo en esa amnesia colectiva que amenaza con instalarse en los hogares. Invito a los lectores a romper con la monotonía de una guerra que se estanca y se encapsula, y lo hago a través de unos relatos que describen episodios que nos resultan cercanos desde nuestro bienestar y confort, y que compartimos globalmente en Europa.

Por eso, ‘Ucrania sin cielo’ es, a la vez, un canto a la esperanza. No me canso de repetir que, entre las nefastas consecuencias de esta guerra, están las decenas de miles de fallecidos y los más de 12 millones de refugiados, que precisan compresión y afecto, como los que demuestra Canarias con casi 4.000 acogidos.

¿Por qué los episodios de ‘Ucrania sin Cielo’ nos resultan tan cercanos?

Porque se localizan en diferentes ciudades europeas, como Madrid, Roma, Turín, París, Cracovia, Las Palmas y hasta Caleta de Fuste. Empiezo por Marsella, la ciudad costera a la que llegaron los personajes bíblicos. Lázaro el resucitado, María Magdalena y Marta, como refugiados que huían del azote romano. En Marsella, los turistas se mezclan con los pescadores y los residentes en torno al Viejo Puerto.

Y mientras, en Kiev, Leópolis, Odesa o Jersón el humo de las bombas esconde el color del cielo. Hay un poema de Pavese que nos recuerda que “para todos, la muerte tiene una mirada”. En el Este de Europa figura además el riesgo del olvido, la oscuridad y el silencio; en Marsella o en Gran Canaria, en cambio, estamos los contadores de historia, dispuestos a mantener viva la memoria de estos hechos que, sin duda, van a definir el futuro de todos los europeos.

¿Qué personaje destacaría de todos sus relatos?

Estamos asistiendo a testimonios de vida que te devuelven la fe en la condición humana, como Yelena Osipova, detenida por la policía rusa en San Petesburgo por oponerse a la guerra. Osipova, que sobrevivió al nazismo en Leningrado, es una anciana pequeña, frágil, modesta… Que nos dio una lección de amor y lucha, convirtiendo en heroínas a las millones de Osipovas que huyeron con lo puesto de Ucrania. Osipova es uno de mis personajes favoritos, como las cinco bailarinas admitidas en la Compañía Nacional de Danza de España, procedentes de la Ópera Nacional de Kiev.

Le atribuye a la cultura un peso decisivo tanto en la cooperación como en la trazabilidad de los relatos. ¿Qué busca?

La cultura juega un papel crucial en este gran conflicto que cumple un año. La cultura convirtió a las bailarinas en supervivientes de un mañana. Cultura es diálogo y respeto por la diversidad, pero, sobre todo, es identidad. Acabar con la cultura de un pueblo como Ucrania es, sin duda, intentar acabar con él, sin matices. Silenciarlo.

Al final se demuestra que no hay mayor diplomacia, ni mayor integración, que la que es capaz de desplegar la cultura. Pensemos, por ejemplo, en el pabellón que reservó a Ucrania la edición de 2022 de la Bienal de Arte de Venecia, y en cómo los propios artistas y comisario rusos se retiraron de la muestra según comenzó la invasión, al sentirse incapaces de representar a su país en medio de un conflicto que estaba acabando con la vida de civiles.

Una vez más, el arte en tiempos de guerra es también una respuesta, como mismo pretende serlo este libro, que destina la recaudación íntegra de su venta a la Asociación de Ucranianos en Canarias, ‘Dos Tierras, Dos Soles’.

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