Margarita Lozano en La Casa de Bernarda A lba 2007. Fotografía de Jesús Vallinas

Conocí a Marisol Carnicero gracias a que Emma Cohen nos presentó en Madrid. La actriz la había invitado a la presentación de mi libro El caso de la película imposible: El extraño viaje, que celebramos en la librería 8 y medio en octubre de 2011. Recuerdo que, al final del acto, se me acercó una mujer de ojos grandes y me dio las gracias por dedicar mis esfuerzos a investigar el cine español, a rastrear pasos perdidos. El comentario me conmovió, pero luego le perdí la pista.

A los pocos días pregunté a Emma de quién se trataba, pues necesitaba señalar los nombres de los retratados en una fotografía coral, tomada al finalizar el acto de presentación, que ilustraría una crónica redactada por mi buen amigo Luis Muñoz Díez. Fue entonces cuando Emma espetó: ¿No sabes quién es? Es una de las jefas de producción más importantes de este país. Odié mi ignorancia. Tuve frente a mí a una de las personas que más saben del cine español y que vio nacer tanto a la Academia como a la Escuela de Cine de Madrid.

Meses después, Sol me avisó de que pasaría unos días en Tenerife, pues impartiría un taller en el TEA, el espacio de arte contemporáneo de la capital tinerfeña. Fue entonces cuando realmente nos conocimos. Marchando por la ciudad, Sol preguntó si sabía dónde se encontraba el Colegio de las Asuncionistas. Extrañado por su interés, le indiqué unas señas aproximadas. Comentó entonces que Margarita Lozano le había pedido que retratara el edificio, pues en él estudió de pequeña y deseaba conservar el recuerdo.

Disimulé mi sorpresa. Sol conocía a Margarita Lozano… No solo eso. Eran íntimas amigas. Ya almorzando, después de tratar muchos temas, pregunté por la actriz. Sol respondió que se encontraba muy bien, que vivía en un pueblito de la costa murciana y que hablaban prácticamente a diario. Entonces confesé. Confesé que la admiraba muchísimo, que tenía el deseo de llegar a ella. Lo había intentado por varios medios, tiempo atrás. Pero no conseguí a nadie que me aclarara su paradero. Para afianzar aún más mi discurso, le comenté a Sol mi proyecto Los seres bellos. Escribir un libro con este título donde recogería mis encuentros con las actrices que más admiro del cine español y, a ser posible, que dichos encuentros propiciaran una suerte de entrevista.

Para tal propósito me planteé que, desde un principio, las actrices protagonistas del proyecto no contaran, por las cuestiones que fueran, con una biografía o un libro de memorias publicado. Buscaba el testimonio de actrices no tan reconocidas, por mucho que la profesión las respetara y las considerara. Con esta premisa, la lista de actrices iba a ser interminable, pues son muy pocas las que gozan de una atención tan pormenorizada; la mayoría se han mantenido ajenas a los premios y distinciones, a los grandes títulos o, en cambio, han actuado en películas importantísimas, pero no como protagonistas… O simplemente un injusto devenir las ha ignorado; por estas y por muchas razones más, la mayoría no ha tenido la oportunidad de compartir sus opiniones y su sabiduría con el gran público.

Tras explicarle apasionadamente el proyecto, Sol, con sus ojos grandes y luminosos, comentó que le gustaba, pero que lo tenía muy difícil con Margarita. Entonces me contó cómo la conoció. Fue en 1999, cuando coordinó, junto a Daniel Sánchez Salas, el volumen En torno a Buñuel publicado por la Academia de Cine el año siguiente. El corpus central del libro lo conforma una serie de entrevistas realizadas a personajes del cine y la cultura estrechamente relacionados con Luis Buñuel. Entrevistar a Margarita Lozano, que dio vida a Ramona en Viridiana, se presentaba necesario y determinante para ese trabajo. En el texto que finalmente escribió Sol (un texto hermosísimo) relata el periplo que, mejor allí que en esta alusión, podrán descubrir.

En resumen, Margarita invitó a Sol a acudir a su casa en Murcia si así lo deseaba, pero le advirtió que no concedería ninguna entrevista, para las que se consideraba completamente reacia. Tampoco prometió dedicar tiempo a hablar de Buñuel, pero las puertas de su casa estaban abiertas. Sol tomó el coche y se trasladó a Murcia. Margarita habló, pero cuando quiso; y no hubo presencia alguna de grabadora. Sol retuvo lo relatado en su memoria hasta conseguir plasmarlo en el papel.

Gracias al testimonio de Sol, la figura de la actriz se abrigó de mayor leyenda. Más que un derroche de luz sobre su paradero y su personalidad, dibujaba un ser inmensamente auténtico y particular. El contacto con Sol tras su marcha de Tenerife se mantuvo con frecuencia, pero tiempo después, en un arranque de esos que a veces no salen bien, decidí llamar directamente a Margarita. El arrebato ya se lo había comentado a Sol en varias ocasiones y me había dado permiso para nombrarla, es decir, para informar a Margarita de que soy su amigo y, así, lograr un nexo que la animara a atenderme, a escuchar mi llamada.

Al otro lado del teléfono Margarita se descubrió serena y amable. Diría que el acento canario le pareció familiar, y mi predisposición, aunque inocente, quizás le dio confianza. Lo cierto es que en esa primera llamada ya fui invitado a visitarla en Murcia. Solo tenía que organizarme con Sol para acudir al encuentro. Compatibilizamos agendas y lo hicimos posible.

Margarita vivía en una casa amplia, cómoda, luminosa, de fachada enteramente azul, frente al mar, muy cerca de la orilla. Las cartas que le envié estaban encabezadas por un lacónico La casa azul, seguida del código postal y el nombre del pueblo. El cartero no necesitaba más señas. Admito que estaba nervioso por conocerla. Y no por la admiración que le profería, sino porque su poderoso aislamiento, su vida alejada de las cámaras, los medios, el público, la farándula, proyectaban un perfil astuto, ajeno al halago. Temía resultar condescendiente, zalamero. Al fin y al cabo, me había invitado sin conocerme.

Margarita apareció en el marco de la puerta que antecede a la cocina, vestida con un traje blanco y vaporoso. Su figura resistente, de columna mediterránea, de catedral en invierno, imponía. Margarita era, sobre todo, presencia. Me saludó atentamente, entregó su abrazo y detuvo una mano en mi hombro, no porque necesitara un punto de apoyo, sino en un gesto de bienvenida y refugio. Margarita movía consigo una osamenta danzarina, en altura de maniquí, y se desplazaba por las estancias como si recorriera ese largo viaje hacia la noche, que subió a las tablas bajo la dirección de Miguel Narros, su amor escénico, su director fetiche.

Viví en la casa azul cuatro noches y cinco días de aquel julio de 2012. Aconsejado por Sol, nunca tomé notas delante de Margarita. Almacené en la memoria sus grandes relatos y al llegar a la habitación que me habían dispuesto, abría el cuaderno y desembuchaba lo oído.

Al transcribir las notas de aquel cuaderno, he sentido intacta la voz de Margarita, su cadencia, sus silencios, su timbre de lejano mar que acaba de llegar a la orilla. No he querido intervenir su voz con anotaciones, comentarios o aclaraciones. El ritmo de las conversaciones ponía sobre la mesa diferentes asuntos, que obviamente no respetaban cronología alguna. Ella relataba lo que quería, cuando quería. Yo fui oyente. Oyente amante de su testimonio sincero, generoso y furtivo. Porque ella desconocía mi labor posterior de escribiente contra el olvido. O quizás lo sospechaba y jugaba su particular interpretación de Sherezade. Estas fueron las palabras de la actriz que quedaron en mi memoria, las que cada noche pude trasvasar al papel:

«Unamuno me maleduca. Dormí en su colchón, no en su cama, que está expuesta en la Casa Museo de Salamanca, pero sí en su colchón. Su hija vino a verme al Bellas Artes cuando hacía Fedra y, luego, al enterarse de que estaba en Salamanca rodando El lazarillo de Tormes, me invitó a vivir en su casa durante los días de rodaje. Me vestía como don Miguel.»

«Me preparo los personajes leyendo todo sobre el autor y su obra. Me empapo del talento que yo no tengo y, a partir de ahí, creo. Soy muy inventiva, por eso los directores me han querido en sus películas. Lo digo sin modestia alguna.»

«Le cogí el aire a don Luis, dice paseando la mano como si fuera una muleta. Le dije a don Luis que Ramona debía vestir de negro tras la muerte de don Jaime. Don Luis, ¿me puedo quitar el moño? Don Luis me observaba. Veía que Ramona no miraba a los ojos de la gente. Al darse cuenta de mi gesto, me dijo, agarrándome una oreja; ¡Ay, puñetera…! Me pregunto qué vio don Luis en mí cuando lo conocí. Iba teñida de rubia y Ramona es morena. Fue cuestión de simpatía. Le cogió cariño a Ramona porque decidió que el personaje se paseara por la película en un segundo plano y en el guion apenas tenía escenas.»

Su abuelo Paco, enjuto, lector eterno del Quijote. Ella era la única que lo tuteaba. Fue uno de los “últimos de Filipinas”. Recibió el Diploma de Paz de Marruecos y nunca lo dijo. Ahora está descubriendo la historia de su familia gracias a las cajas de documentos y enseres personales que se han salvado del terremoto de Lorca. Aunque ella nació en Tetuán, se marchó a los siete meses y siempre ha dicho que se siente lorquina, aunque pasaba breves estancias en Lorca cuando visitaba a sus abuelos.

Vivió en Las Palmas de Gran Canaria y luego en Tenerife hasta los catorce años, donde estudió en las Asuncionistas. Sor López la protegía. Sor Bravo la peleaba. La Reverenda apenas hacía acto de presencia.

Después de Alta costura deja el cine durante una temporada y regresa con Antonio Isasi Isasmendi.

No le gustó el ambiente del rodaje de Alta costura. Cuenta que les hicieron un camerino a las actrices cerca del plató y los operarios miraban a través de agujeros hechos en los paneles. En la película interpretaban a un grupo de modelos. Al final del rodaje la invitaron a una cena y no fue nadie del equipo, sino unos señores, entre ellos mandamás del cine en el gobierno de Franco. Al ver la movida, se marchó de la cena.

A Isasi lo conoció en Barcelona cuando ella hacía teatro en el Windsor. Él iba mucho a verla y le ofreció un papel en Rapsodia de sangre. Luego repitieron en Diego Corrientes.

«Me preocupa España. Durante el franquismo sentí rabia, ira, pero nunca vergüenza, que es lo que siento ahora por este país que desahucia a sus habitantes». Le pregunto si su indignación durante la juventud la manifestó en las tablas. Se queda en silencio. Mira al techo y dice: «Lo has visto bien. Eso es lo que hacíamos. Ensayábamos tres meses para hacer una única función. Pero así es como hacíamos a Unamuno, a Pirandello, a Ibsen.»

«Todo lo que sé me lo enseñó el teatro. Dejé de estudiar a los 14 años. El teatro me ha enseñado lo que es la vida.»

Me propone la sencilla empresa de elaborar una tesis sobre la historia de España a través del teatro. O mejor, la historia universal. Empieza por Eurípides, me dice.

«Se acabó el cine, pero lo que me he divertido…»

Por la noche nos despedimos escuchando Alfonsina y el mar.

Miguel Narros. Sesenta años de amistad. «Es la persona que mejor me conoce.»

«A mi edad he encontrado mi sitio. Mi lugar en el mundo. Aquí soy libre y feliz.»

Berlanga le ofreció un papel de espía rusa en una de sus películas, pero ella recomendó a una amiga actriz que se encontraba en una situación laboral difícil. Margarita “dirigió” una escena en esta película (aunque pudo ser en otra, no recuerda si se trata de la misma), donde una niña entraba en plano y luego salía de una habitación. El recorrido de la niña se lo “diseñó” a Berlanga.

Juan Antonio Bardem. Amistad desde muy jóvenes. Le dio a leer el guion de Cómicos y se moría de ganas de hacer la película. Luego, nunca le ofreció un papel hasta la serie Lorca de TVE, de la que guarda muy malos recuerdos por la falta de disciplina de los trabajadores.

Ignacio F. Iquino. Se divertía mucho con él. También era dueño de locales de fiesta y algunas de las chicas de esos locales intervenían como figuración en sus películas.

Luis Lucia. ¡Con la gente que hay en Europa!, decía Lucia cuando un actor no le gustaba o le parecía malo.

Compañía del Mediterráneo. Creada por Narros, donde empezó también Julieta Serrano. Trabajaron durante una época como compañía de repertorio: El caballero de Olmedo, La dama duenda, Antígona, La posada (aquí, como no tenía papel, salía a escena barriendo).

Con lo que ganó con el Premio del Sindicato Nacional del Espectáculo por Un ángel tiene la culpa le compró a su abuelo Paco un televisor.

Las mujeres de su familia. Su madre, sus tías, entre ellas Afriquita (soltera que se hacía la inocente), su abuela… Una familia de matriarcados, pero al preguntarle a quién se parece más, ella responde que a su padre.

Alessandro Magno. Su amor. Agrónomo de la FAO. Vivieron en Madagascar, el lugar más bello que visitó; Alto Volta, el que más le gustó; Senegal y Marruecos. Fue absolutamente feliz en África. Regresaron porque tanto su madre como su suegra los reclamaban.

Hizo casting para La tía Tula, pero al final se lo dieron a Aurora Bautista.

Dos papeles que por fortuna no hizo porque los rechazó. Régula en Los santos inocentes. Cuando Camus se lo ofreció, le dijeron que su madre tenía cáncer. Lo rechazó para cuidarla. Luego diagnosticaron que definitivamente su madre no tenía cáncer. El papel de María Galiana en Solas. Lo rechazó porque imitar el acento sevillano para el personaje le parecía falso. «No lo hubiera hecho mejor que ellas.»

Opinión mía: es contradictorio que Gutiérrez Aragón la “recuperase” para el cine español y la doblase porque sonaba muy italiana. También la doblaron en Diario de una esquizofrénica y, según cuenta Margarita, la actriz que la dobló elaboró otro personaje totalmente distinto al de ella.

A los dos meses de regresar a Roma desde Marruecos se encuentra con los Taviani, que estaban paseando al perro. Fue Vitorio quien más insistió y la convenció para que volviera a hacer cine.

Vimos juntos Los farsantes. Fíjate en los planos de los cielos, me insiste. Junto a Los santos inocentes es lo mejor de Camus. La censura cortó la escena en la que besa a su compañero. Seguía desabrochándole la camisa y besándole el pecho. También quitaron el sonido de los tambores de la procesión que sonaban durante las escenas en el club/pensión, que le daban otra intensidad a la espera y al vacío de los personajes.

Luego vemos el documental El cuerpo en cifras.

El Hécuba que hizo en Mérida lo llama íncuba (pesadilla en italiano). No le gustó la dirección y salió a interpretar a Margarita cabreada.

Pasolini. Lo conoce en Roma, en un restaurante, a través de una actriz española que era una amiga en común. Pasolini la conocía de Viridiana y le pide enseguida que se una a la compañía de teatro que él dirige, pero Margarita responde que su italiano no es muy bueno y que no se siente segura. Él aclara: Hay muchos actores que hablan mucho y no dicen nada. En el rodaje de Pocilga, como hacía tanto frío en el palacio donde rodaron, había una escena en la que se hacía la dormida junto a su marido, abrigada en la cama. Se quedó totalmente dormida y hubo que despertarla. La conversación que más recuerda con Pasolini es sobre sus respectivas madres. Estaba ilusionada con rodar con Orson Welles, que iba a ser su marido en la película, pero finalmente canceló su participación.

Después de Viridiana recibió varias ofertas para trabajar en Italia y Francia, pero las rechazó por continuar haciendo teatro en España.

Guarda gran recuerdo de Sergio Leone. Rodar escenas con los actores hablando en distintos idiomas era muy habitual en las coproducciones. Así ocurrió también con Clint Eastwood.

En Murcia iba a ver a su padre encarcelado por monárquico con seis o siete años. Le escribían en el pecho los mensajes dirigidos al padre, porque los funcionarios no iban a descamisar a una niña.

Comenzamos hoy leyendo poemas de Un cuarto de siglo de poesía española de Castellet. Recitó a León Felipe y de memoria a Miguel Hernández.

En Barcelona, tras acabar con mucho éxito La camisa, trabajó algo más de un año con Ricard Salvat en la Escola d’Art Dramàtic Adriá Gual. Con los alumnos montó, entre otras obras, Juana de Arco. Me lee una noticia, que traduce directamente del catalán, de un periódico amarillento donde se hacen eco de su participación en la Escola.

No puede estar quieta en los rodajes. Por ejemplo, ayuda a planchar el vestuario cuando no tiene que rodar escenas.

Hace poco descubrió, es decir, recordó con sorpresa, que había trabajado a las órdenes de Fernán Gómez en Manicomio.

Seis perros viven con ella. La acompañan Encarna y Antonio, guardeses de la casa.

Hoy hace tanto calor que se pasó la mañana mojándome la cara con un dispensador de agua.

Escuchamos música. A Juan Pedro Flores, a Ornella Vanoni y a Mina.

Me dijo que podía andar descalzo por la casa y coger cualquier libro que quisiera.

Nemo, uno de sus perros, se ha encariñado conmigo. Viene a dormir a mi cuarto y se posa en mis pies bajo la mesa cuando me siento a comer. Me mira con una enorme tristeza, como si sintiese que me puedo ir enseguida.

Al llegar a Madrid entró a trabajar en la revista Astra, una revista de moda donde practicó el dibujo y el diseño de vestuario. La revista se editó entre 1950 y 1962. Me muestra un cuaderno con dibujos. En algunos intercala frases y reflexiones.

Saca una caja con revistas, periódicos, programas de mano… que conservaba su madre. Entre ellos, el número 32 de Primer Acto, de la que es portada. Admira una crítica de José Monleón sobre La camisa. La foto de la portada es una de las que recibió Buñuel para seleccionarla, una de esas fotos en las que aparece rubia, casi sueca, lejos de la imagen de Ramona.

El rodaje de Los Tarantos coincidió con su etapa en Barcelona. Le gusta mucho sentir en directo el arte del flamenco. Trabajar junto a Carmen Amaya fue maravilloso. Los gitanos que trabajan en la película no se creían que ella fuera paya.

Ha ido tres veces al Festival de Venecia y una vez a Cannes, con películas en competición.

Margarite me llamó al teléfono móvil cuando ya íbamos por Albacete, de regreso a Madrid. Milú, una de las perras, no aparece por la habitación porque no hay visitas. Ya empiezo a hablar sola, dice. Nemo te echa de menos. Se le nota en la mirada.

Margarita Lozano: en brazos de la resistencia fue lo primero que anoté en el cuaderno. Supongo que, tras pasar la primera tarde con Margarita, mi obsesión por titularlo todo me llevó a trazar esta sentencia. Recuerdo que la palabra “resistencia” venía a menudo a mi cabeza cuando pensaba en Margarita. Una mezcla de su presencia imponente, de su vida nómada y de su particular trayectoria artística: intermitente en su constancia, decidida, pero sin obsesión. Me quedo con la sensación de que acudió al arte siempre que tuvo la oportunidad y exprimió las experiencias con verdadera vocación, pero cuando tocaba alejarse de la profesión, disfrutó de las otras vivencias con igual entusiasmo. ¿Resistió al azar, al destino? Resistió.

En 2016 intenté visitarla de nuevo. Estuve a punto de aprovechar un viaje a Madrid para bajar a verla, pero luego todo se complicó. En 2021 lo volví a intentar, pero ya su estado de salud no era el conveniente para visitarla. A lo largo de los años, entre 2012 y 2016, la llamaba algunas veces al año. Por su cumpleaños, el 14 de febrero, y en verano. Su voz al otro lado del teléfono seguía sonando a leyenda.

Conservo una única fotografía con Margarita. Estoy sentado en su cama y ella, en su escritorio, habla por teléfono. Sol aprovechó el despiste para sacarnos esta instantánea, que es un trozo de vida tan fascinante como el cine. Aquel verano de 2012, llegué a Puntas de Calnegre con tristeza y agotamiento. Había terminado una etapa laboral de cuatro años y la incertidumbre me llenaba de ansiedad. Se lo conté a Margarita. Me miró fijamente y no sabría decir si era de día o si ya había anochecido. Porque solo su presencia reúne, once años después, la atención de mi memoria. «Todo pasará. Serás feliz. Hazme caso. Nada termina hoy».

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