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Me sorprendería que alguien tan joven haya recorrido tanto mundo, y me sorprendería más aún que en su mochila guardara tantas sensaciones al escuchar las músicas de esos lugares. Pero en la primera página de este atlas -que me ha tenido atrapado desde que comencé a leerlo- se advierte que no, que todo lo que aquí se cuenta es fruto de la lectura y la documentación. Me sorprende más aún. Y lo hace para bien.

Hay personas que buscan en las páginas de un libro el camino aquel del silencio en el que no hay llamadas (cada vez la gente llama menos), no hay mensajes, no hay campanillas o pajaritos cibernéticos que anuncian que alguien ha colgado una foto, o que está haciendo un directo, o que se le ha ocurrido una frase hilarante e imaginativa y la lanza al ciberespacio en busca de aprobación y aplausos en forma de pulgares hacia arriba. Ese camino, que descubrí cuando apenas tenía diez años, es el del viaje interior, el del descubrimiento del mundo otro, el de la paz en el silencio, y el del itinerario solitario más maravilloso que se ha inventado. El viaje de leer. Normalmente, mis rutas elegidas transitan la ficción, es en la mentira donde encontraba esa paz necesaria que me dan los renglones, pero de un tiempo a esta parte he decidido explorar el mundo real, el que dicen que es real, porque quizás, a la edad que calzo, ya no podré visitar ciertas latitudes y me niego a no poder, aunque sea a través de la literatura, visitarlas.

Esa caja de Pandora la abrí hace algunos años con el ‘Atlas de Islas Remotas’ de Judith Schalanski, editado en España por Capitán Swing y Nórdica Libros, y se alimentó luego con el ‘Breve Atlas de del Faros del Fin del Mundo’, escrito e ilustrado por José Luis González Macías y editado por Ediciones Menguantes. Y es este pequeño sello editorial quien ahora pone en mis manos, en otro alarde de buen gusto, el ‘Atlas de Sonidos Remotos’.

Su autor, Víctor Terrazas, aun no cuenta con 30 años (o igual sí los ha cumplido) y despliega una preciosa prosa ensayística sustentada en la sencillez de lo simple: nos cuenta cosas para que todos los que las leamos queramos ir hasta esos lugares y encender un transistor que nos haga llegar un mensaje de esperanza en el lenguaje universal de la música.

Y quizás, como sucedió cuando se hizo viral aquel clip, toda la artillería del marketing se ha disparado recordando y describiendo la interpretación de Ludovico Einaudi en aquella plataforma de hielo. Pero, sinceramente, lo que a mi más me ha interesado de este repertorio de viajes, al más puro estilo Durrell, ha sido la capacidad sintética del autor para relacionar notas guturales salidas de la garganta de un inuit, donde el diablo perdió el mechero, con los acordes del astronauta Chris Hadfield interpretando Space Oddity a miles de kilómetros de la casa de cualquier ser humano.

La música nos une. Los pequeños QR en cada capítulo refuerzan más esa unión de los habitantes de Tuvalu o de Laponia con este que les escribe desde La Orotava. Qué ejercicio más bonito ha perpetrado Terrazas, a quien admiro por su constancia y rigor en las investigaciones que ha realizado, pero mucho más por su invitación al viaje por ese camino que añoro y deseo cada vez que abro un libro, el de los paisajes desconocidos.

He viajado con los auriculares puestos y la vista en las letras en esa tinta azul de una edición maravillosa, y me he quedado exhausto de tanta belleza percibida. Gracias Víctor.

Literatura
Título: Atlas de Sonidos Remotos
Autor/a: Víctor Terrazas / González Macías
Género: Viajes, música
Editorial: Ediciones Menguantes
ISBN: 978-84-127160-7-8