Juan Hernández fue un artista precoz, en la vida y en la muerte. Fallece unos días antes de su 32 cumpleaños, en la Gran Canaria de 1988. Encarna al artista romántico y su destino trágico. ‘Miradas a la colección’, la actividad permanente de la Casa de Colón que propone un acercamiento personal a las obras singulares de su colección museística, se detiene en la obra ‘Dos faros (Día)’, que el artista pinta dos años antes de morir, dentro de una serie casi obsesiva de 60 lienzos. Carmen Gloria Rodríguez Santana, directora del museo de Vegueta, expondrá la relación personal que tiene con esta obra en la sesión del día 11 de junio, a las 19:00 horas.
La asistencia requiere de inscripción previa obligatoria, por cuestiones de aforo. El plazo para formalizarla es del 4 al 11 junio. Más Información en: www.casadecolon.com/actividades.
‘Miradas a la Colección’ es una actividad permanente y de gran demanda en la Casa de Colón, que empezó su andadura en 2013. Propone una conversación sobre obras de la colección de la Casa de Colón o de muestras en exhibición, a cargo de personal técnico del Museo o personas invitadas, relacionadas con diversos ámbitos de la Cultura. Cada mes se centra la mirada y el foco sobre una pieza especial, y, en esta ocasión, lo hace sobre la pieza ‘Dos faros (Día)’, acrílico sobre lienzo, adquirido en 2023.
Juan Hernández, la pasión de vivir
Juan Hernández (Las Palmas de Gran Canaria, 1956-1988) fue miembro destacado de la reconocida Generación de los 70. Como describió Carlos Díaz-Bertrana, comisario de la exposición retrospectiva sobre el artista en el CAAM en el año 2022, Hernández fue un artista precoz y autodidacta, con un ímpetu vital exuberante que llega como un cometa al arte canario.
Díaz-Bertrana describe cómo al principio, su poética oscila entre al arte conceptual y la pintura informalista. En 1977 realiza sus ‘Paisajes en blanco y negro’. Arte informal, expresionismo y abstracción de las tierras quemadas de Lanzarote. Un mundo primigenio, en expansión, de vacío, fuerzas y tensiones. En blanco y negro como el de Saura y Millares, pero sin su carga política. Más poético que ideológico, Juan Hernández merodea el expresionismo abstracto americano y su vindicación de la pintura gestual, de acción y espontaneidad; transmite urgencia vital, unifica el acto de pintar con su psiquis.
En 1980 pasa unos meses en París y un alud de color entra en su pintura. Matisse, Cézanne, los postimpresionistas, Monet, revitalizan su poética, la llenan de luz y alegría vital. Amplía los formatos, compone con campos de color vibrante a lo Rothko, sensualidad cromática francesa y luz atlántica. Su linaje de expresionista abstracto se fecunda con una pincelada serial de tradición postimpresionista que dinamiza la imagen. Un vértigo diagonal que se expande y superpone sobre las formas, una ventolera cromática que trae la técnica pictórica que lo define, a base de capas delicuescentes, veladuras, transparencias y colores puros, brillantes.
En 1983 llega a Madrid, donde no hay playa, y “los amarillos desaparecen de mi pintura”. Es más oscura y melancólica, dialoga con los temas clásicos, con los grandes maestros que estudia en sus frecuentes visitas al Museo del Prado y los que ve en exposiciones temporales. Concilia la experiencia sensorial con lo simbólico o historicista; los bodegones y las alegorías entran en su poética.
El Poema del Faro, experiencia estética del recuerdo que se activa en Madrid y pinta obsesivamente, tal vez para atrapar la vida, el amor y el tiempo. El faro, una playa y el mar, un paraíso crepuscular. Y en los últimos cuadros, más allá del litoral, alegoría del amor y de la muerte con el mismo protagonista, Cupido, que cabalga juguetón una ballena en un piélago del que emergen columnas y capiteles, tal vez de la improbable Atlántida.
En su poética, lo narrativo es un dios menor y la simbología en las obras de arte suele ser más intuitiva que deliberada, fecundo azar e inconsciente colectivo: el mar según Carl Jung, concluye el comisario de la muestra retrospectiva del CAAM.
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