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Reseña del libro “Cifra” con textos de Francisco León y fotografías de Mercedes Pintado Brage, Colección Piedra y Cielo, Islas Canarias, 2016.

La tradición no es solamente un legado proveniente del tiempoatrás sino que también define igualmente el horizonte común de lo porvenir que atañe a una pluralidad de vidas, de voces, de huellas. Como dijo Gadamer, la tradición es aquel umbral de lo vital palpitante que define las interpelaciones del hábitat histórico para una comunidad de seres que comparten un espacio de signos, de cifras, de rostros. Y si ese lugar es una isla, con una tradición propia de alcance ancestral, que se redefine a sí misma continuamente a partir de la interconexión de confluencias, de la escritura desvelada en su paisaje total y de la propia biografía de su acontecer cultural visitado, entonces encontramos un hilo de Ariadna ejemplar para redescubrir en Fuerteventura a la más vieja de las islas atlánticas, un territorio propiciador para el desentrañamiento de una tradición insular, con mayúsculas indistintas que pueden circundar tanto el Caribe como la Polinesia, toda ella silueta y metáfora de una condición insular, que puede llegar a ser descifrada y que permanece a ojos del visitante con todo su potencial seductor y hechizante, como le gustaba fruta en mano a Lezama Lima.

Y así ocurre que la edición reciente del libro “Cifra”, dentro de la Colección Piedra y Cielo, con textos del poeta Francisco León y fotografías de la autora Mercedes Pintado Brage, supone un hecho literario feliz que abunda en la tradición del libro de viajes a una isla canaria, del verano como estación predilecta para los itinerarios existenciales y la compaginación de la palabra y la imagen para experimentar, en simbiosis conjunta, el proceso hermenéutico de una estadía en Fuerteventura, la isla-esqueleto, a la que acudieron en su día célebres visitantes como Olivia Stone y Miguel de Unamuno.

El libro “Cifra” es una rara avis que intensifica el regusto de cualquier bibliófilo, a medio camino entre el almanaque y un mapa del tesoro, el libro- objeto y la reliquia para coleccionistas, con sus escasos cincuenta y cinco ejemplares numerados a mano, que cuentan el viaje post-iniciático, confidencial y de eternos retornos, del poeta canario a la isla, del habitante insulario al solar atlántico, conjugando fotografías y textos de resolución exquisita, eclipsantes, abrigados por una corriente de conciencia debeladora, que sumerge al lector cómplice en el laberinto de analogías que solo una isla -tótem naturístico- es capaz de sintetizar dentro de sí misma con vocación de esplendor, entre los márgenes de luz colindante y la preponderancia simbólica de una geografía auroral.

La lectura del libro “Cifra” conlleva una cascada de visitas implícitas, el juego manual con su estructura de pliegues acrecienta el placer de cada viaje repetible, ya que ninguna lectura resultará similar a la anterior. Así el poeta acierta como conductor improvisado de una odisea revelatoria- y además de qué manera- con el planteamiento interrogativo que afronta el pórtico insular y la exhortación íntima a la aparición del libro como un material de epifanías. Su final es concluyente, deseable y necesario, al dar pie a la esperanza utópica de otras islas posibles, en este tiempo-mercancía de agnosia colectiva, de colapso de la experiencia bajo el influjo del turismo de masas, de todo incluido en la cadena de resorts y colofones de piña colada, del que escapa el poeta por la gracia de la escritura actuante, con soporte liberador y pulsión contemplativa, revisadora del diálogo interiorizado con la naturaleza libro de raigambre filosófica- incluye citas directas de Hans Blumenberg- para el despliegue de su cantera de enigmas ante el disfrute del ciudadano lector, más allá del escaparate típico de exuberancias prefabricadas que denostó para siempre jamás Dereck Walcott en su discurso de Estocolmo.

El libro “Cifra” es un regalo para el goce estético y la toma de conciencia ecológica, para el acercamiento público a las poéticas contemporáneas sobre la insularidad y muy especialmente para contrarrestar con novedades de este tipo el clínico estado de postración en el que permanece el panorama cultural de las islas y el circuito literario de provincias.

Los poemas en prosa de Francisco León y las fotografías de Mercedes Pintado Brage conceden la posibilidad de otras islas, en un viaje renovado a los páramos mahoreros, a los aledaños mágicos de Tindaya, la misma isla que en agosto de 1996, hace ya veinte años, apuntaba en su diario Andrés Sánchez Robayna, en otra visita de poeta cuyo testimonio da pie a que prosigan las tentativas descifrantes, entre viejos paisajes y nuevas poéticas, sobre una isla tan universal como Fuerteventura donde “este tosco primitivismo es tal vez lo más nuestro1”.

1 Andrés Sánchez Robayna, Días y mitos, Diarios, FCE, 2002, (pág. 43)

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