Foto de Mauricio Orlando Rétiz                                                                                                                                 Foto de Mauricio Orlando Rétiz

 

Bob Pop (Madrid, 1971) es un lector brillante. Hacía mucho tiempo que deseaba mantener este diálogo. Apenas unas horas antes de que se anunciara el estado de alarma en 2020 iba a producirse el encuentro en Tenerife. No fue posible. Ha pasado más de un año de incertidumbre, en el que me reencontré varias veces con sus diarios Días ajenos: primavera-verano (2017) y Días ajenos: otoño-invierno (2018), que son una joya sui generis de la narrativa actual.

Su discurso inteligente y punzante lo ha convertido en una voz imprescindible de la crítica social y cultural. Además de sus tesis ocurrentes y de enorme calado, Bob Pop es autor de una obra literaria de gran alcance. Sus dos primeros libros, firmados con su nombre de pila [Roberto Enríquez], fueron el poemario De cuerpo presente (2000) y la novela Mansos (2010). Los ensayos Cuando haces Bob ya no hay stop (2014) y el muy interesante Un miércoles de enero (2018) completan su bibliografía.

Conversamos a través de videollamada. Antes de comenzar, le cuento lo emocionante que es para mí este encuentro. Lo mucho que lo ansiaba. Le digo que desconoce lo hermanas que somos y que escuchar su testimonio sobre el padecimiento de su enfermedad, a los pocos días de que un familiar muy próximo fuera diagnosticado, me dio fuerzas para situarme frente al miedo y superarlo.

Comenzamos a hablar.

¿Nos acogen los libros al mismo tiempo que sus autorxs? ¿Se convierten en parte de nuestra familia emocional?

Los libros nos acogen porque hacen algo muy difícil y es darnos posibilidad de ser.  Muchas veces no llegamos a ser quienes creemos ser porque nadie nos da esa opción. Nadie nos explica que existe la posibilidad de ser diferentes de muchas maneras. Y en los libros tenemos la suerte de encontrar un montón de posibilidades. La ficción nos abre opciones de ser en la realidad. Sería imposible la vida si pensáramos que, todo lo que es posible, lo supiéramos a través de la realidad. Porque la realidad es muy limitada y la ficción nos abre caminos, nos quita miedos. Hablando de estas cuestiones, siempre digo que la adolescencia es una sensación de callejón sin salida, un sitio al que llegas frente a un muro. Pues a mí los libros me ayudaron a abrir agujeros en ese muro.

Leí que Gloria Fuertes fue un lugar que te acogió…

Yo soy un niño del 71 y de repente me encontré con una señora queer en la televisión infantil. Y esto es algo que ningún niño, ninguna niña, se está encontrando hoy… Una señora que hacía versos vestida de señor, con voz de carretero y rimas deliciosas… De pronto la encuentro en mi infancia y me muestra una forma de ser que no me habían enseñado en ningún otro sitio. Además, legitimada y cerca de los niños. Cuando me hice mayor descubrí que Gloria Fuertes es una poeta social de un valor enorme y de una fuerza poética alucinante. Por lo que sigue acompañándome más allá de la infancia.

¿Sabes un poema de Gloria Fuertes que siempre me deja sin aliento? Es este:

Yo como

Tú comes

Él come

Nosotros comemos

Vosotros coméis

Ellos no

Qué maravilla. Es de una potencia brutal.

¿Te explicas con lo que lees? ¿Lo que lees te explica?

Sí. Y no solo me explica, sino que me configura. Porque no solo tenemos biografía, también bibliografía. No somos quienes somos solo por lo que hemos vivido. Gran parte de lo que somos lo configura lo que hemos leído, las vidas que nos hemos apropiado y que nos han dado la opción de pensar que hay otras existencias posibles.

Los primeros libros los firmaste como Roberto Enríquez. Podemos hablar de Bob Pop como nombre de guerra, nombre artístico, incluso hasta como heterónimo… Pero, ¿es Bob Pop el rayo en el rostro de Roberto Enríquez?

Ojalá. Eso sería muy bonito. Me parece una descripción preciosa. Hubo un momento, cuando compaginaba mi trabajo como cronista televisivo, de prensa social, en el que pensaba que había un Bob Pop más lúdico, más festivo, más arrabalero… Y un Roberto Enríquez que era el señor serio que escribía novelas. Afortunadamente, el tiempo me ha permitido no tener que contar con los dos, ni tener que ponerme una máscara. Y esto tiene que ver con hacerse mayor y con poder contar la verdad. El privilegio de poder quitarse la máscara. Bob Pop también firma textos serios o más sesudos. He perdido esa duplicidad. Ahora soy uno y trino (Risas).

Comparto una reflexión sobre el uso del término queer, con el que me identifico totalmente, por lo que hablo desde el posicionamiento de quien también lo articula. ¿Quizás lo utilizamos porque, al ser una palabra en otro idioma, nos posibilita no acudir a términos como transmaricabollo, rara, torcida? ¿Queer permite que nos definamos sin parecer que somos tan marginales ni tan precarios? Cuando el corazón de lo queer es precisamente la precariedad, la marginalidad, el espacio fuera de lo normativo. ¿Su uso en España pierde esa alusión, que puede verse solapada por un activismo más neutralizado, correcto…?

Yo también uso mucho el término queer. Como dices, contiene ese significado que en español no hemos logrado: lo raro, lo marginal, lo que está fuera de la norma. Creo que incluye la clase, la tendencia sexual, las identidades de género… Está muy bien elegido. Y, además, hay gente muy rancia a la que le pone muy nerviosa… Por lo cual, fenomenal.

Claro, la naturaleza de lo queer es incordiar, molestar. Y, además, todo es una cuestión de clase.

Por supuesto, hay mucha gente del colectivo LGTBI que se desclasa naturalmente porque necesita vivir su sexualidad o su identidad de una manera libre. Eso supone, muchas veces, perder los privilegios de familia, porque esas familias no están dispuestas a continuar con la saga financiera que hubieran continuado si hubieran tenido una hija o hijo hetero o cishetero. Cuando se habla de que no hay que mezclar clase con género o sexualidad creo que se cae en un error, porque no se entiende que hay un montón de renuncias que se hacen en pos de la libertad.

Entre nosotras hay unos quince años de diferencia. Si te digo que me identifico con episodios de dolor, de sufrimiento, de humillación, y por supuesto también de resiliencia, que has vivido en tu infancia y adolescencia… ¿qué crees que ha avanzado?

Cuando escribía la serie, Maricón perdido, me preguntaba si lo que contaba iba a ser muy generacional y los cincuentones como yo son los que se iban a identificar, mientras que los de veintitantos, treinta, iban a pensar que no era para ellos o ellas. Pero me di cuenta de que hay una identificación. Si tú, que eres de otra generación, te identificas con el dolor que yo relato sobre mi adolescencia, pueden pasar dos cosas: que la adolescencia es siempre una época muy jodida de dolor y que no hemos avanzado tanto en materia de igualdad y contra la lgbtifobia. Pero creo que no hemos avanzado en los espacios de dolor, que son los mismos, pero sí habéis avanzado en los espacios de consuelo. Y eso es lo bueno.

Puede ser que los espacios de complicidad se hayan vuelto más accesibles, claro. Configurar redes de apoyo y no ser soledades individuales.

Eso es. Hay más sororidad LGBTI. Se está entendiendo que la lucha LGBTI ha logrado que la vida hetero sea más fácil. También hemos abierto posibilidades de ser dentro de la norma patriarcal cisheterosexual.

Después de haberte enfrentado a la escritura de los guiones de la serie, ¿hay algún acto de reconciliación con el pasado? ¿Compartir ese pasado es un acto político?

No sé si hay reconciliación con el pasado. No hay frivolización. Hay un gesto de cariño, pero no necesariamente me reconcilio con él. Más bien lo abrazo y le digo: Aquí estoy, hemos llegado hasta aquí. Sí es cierto que detesto a las personas que dicen que han llegado a ser quienes son gracias al bullying, a las hostias. Yo querría haber llegado aquí sin haber tenido que pasar por todo eso. El dolor no es una medalla. No soy mejor por haber sufrido. Habría podido hacer más cosas y cometer menos errores si no hubiera llevado esa carga de dolor. De hecho, creo que esto se explica muy bien al final de Maricón perdido.

Creo que hay una expectativa, porque conocemos tu mirada irónica y mordaz, de esperar que la serie nos haga reír.

Y os va a hacer reír. Pero también os va a hacer llorar. Y bramar.

Preparando el diálogo de hoy, releí pasajes de Los días ajenos y me encontré con la cita de Alejandra Pizarnik: «Mi humor: el gran encubridor». ¿Encubrirá algo Bob detrás de su humor o se desnudará completamente?

Es una desnudez completa, donde el humor funciona como bálsamo. No está constantemente presente, pero forma parte de mi código, mi lenguaje. Hay un juego de ironía e incluso momentos de humor físico. Sobre todo, hay un humor que es un alivio, que da un respiro a los momentos duros. El humor y los afectos son las dos cosas que me dan un respiro en la vida.

¿Dónde queda la privacidad en una persona tan expuesta, que cuenta con miles de seguidores? Por ejemplo, una vez que haces pública tu enfermedad, ¿tenemos derecho a preguntarte por ella?

A mí me gusta lanzar temas de conversación y que podamos hablar sobre ellos. Es el anti-twitter. No quiero soflamas, ni grandes frases que cierren el debate. Quiero abrir conversaciones. Cuando cuento cosas sobre mí es porque quiero ser muy honesto. Quiero que cuando escuches mi opinión sobre cualquier cosa, sepas desde qué lugar estoy hablando. Sepas quién soy y no te lleves a engaño. La intimidad es otra cosa. Es estar en casa con mi marido. Mi intimidad es el dolor, por ejemplo, que nunca exhibo. La intimidad es la preocupación. Y en relación a los seguidores, todo el mundo es tan cariñoso y amable que merece la pena tener ese acto de apertura.

Te propongo un juego. Hace poco compartías la cita de Czeslaw Milosz: «Cuando en una familia nace un escritor, esa familia está acabada». Si la cita dijese: Cuando en una familia nace un maricón (una persona no normativa, LGBTIQ+), ¿esa familia está…?

Está en otra dimensión de la realidad, porque si es una familia afectuosa va a descubrir un montón de cosas del mundo que le va a proporcionar esa persona LGBTI. Si lo saben entender y vivir es una bendición.

Nos estamos enfrentando a una realidad que nos descubre cómo una parte de los feminismos se ha acomodado en su cuota de poder, sobre todo desde las filas de los partidos políticos, y desde ahí nos dicen cómo debemos ser y a qué responden nuestras identidades. En este panorama, ¿cómo podemos ejercer el voto cuando no encontramos representatividad?

Es un cierto fracaso de la democracia. Por otro lado, también creo que es peligroso que esto se convierta en un arma electoralista. De la política cada vez me interesa más cómo se ejerce el poder y menos cómo se llega hasta él. Sin embargo, vivimos en una constante campaña electoral. A nadie le interesa ejercer el poder, sino ganar al otro. Por eso, respecto al debate que existe en el colectivo LGBTI y a esa parte del feminismo, que es una mínima parte, también hay que dejarlo claro, creo que en la izquierda española (y soy generoso con el término «izquierda») hay distintas sensibilidades, pero el gran problema es que estamos debatiendo sobre asuntos que son asuntos de discusión. No podemos tirarnos de los pelos por un proyecto de ley antes de debatir todas las partes y llegar a un acuerdo. No nos pueden lanzar un filete para que nos peleemos entre nosotros. Confío en la profesionalidad de la gente y me gustaría que se dedicaran a hacer buena política.

Quiero dar un salto hacia las realidades de los cuerpos. Yo soy un cuerpo gordo, velludo, pansexual, que crea y vive en la cultura. Te he oído decir que eres un cuerpo cojo, maricón, y podemos sumar que también creador, agente cultural. ¿Cómo conviven nuestros cuerpos en un mundo de consumo donde la belleza y la bondad, siempre de la mano, están definidas y no nos señalan? Aprendí a no encontrarme, a no verme reflejado, pero sigo consumiendo porque también he asumido el pudor de no ir desnudo. En este contexto que te dibujo, ¿políticamente qué valen nuestros cuerpos?

Sirven para situarlos como parte de un colectivo de defensa y también para ser deseado. Cuando te haces mayor te das cuenta de que tenemos un concepto muy equivocado de los cuerpos. Asumimos que un cuerpo basta, sobre todo si representa lo convencional. Luego te das cuenta de que dos cuerpos tumbados se atraen no porque se exhiban, sino por muchas más cosas (la piel, el olor). Si usamos bien nuestros cuerpos para proteger, estaremos a salvo de toda esta experiencia ultranormativa que, en el fondo, es solo comercial. Por mucho que creamos que la publicidad, los medios y las nuevas formas audiovisuales están marcando estereotipos, lo único que hacen es vender. No seremos un reclamo comercial, pero somos muchas otras cosas.

Precisamente por lo que cuentas, yo fui un niño marica que no se lo quiso creer. Crecí como un chico hetero que había asumido sus encuentros con otros niños como una fase de experimentación. Pero resulta que el mundo hetero, al que me limité por muchos motivos, condenaba mi cuerpo y lo relegaba, muchas veces, a un espacio de «no deseo». La primera vez que entré a un bar de osos me sentí Madonna. En esas miradas encontré complicidad, cobijo y cariño, tan solo en el guiño de la mirada, con independencia de que acabara o no en un encuentro.

Porque había aceptación y deseo. Piensa que yo crecí sin bares de osos. Cuando surge el fenómeno oso pensé: ¡¿Por qué esto no ha estallado antes, que me habéis tenido amargada toda la vida, a dieta, y sufriendo porque no formaba parte del estándar que se exigía?! Sobre todo, porque fue una experiencia muy cruel salir de un mundo heteropatriarcal y homófobo, llegar al mundo LGBTI, a los primeros bares, pensar que vas a ser Dorothy y que se van a abrir las puertas de Oz… Y resulta que tampoco entras en los estándares y que no has llegado a la tierra prometida.

Gracias a tus diarios conocemos a muchos de tus referentes literarios. ¿Cuáles son tus referentes en la lucha LGBTIQ+, en el arte y la mirada? Por ejemplo, para mí Marsha P. Johnson y Pedro Lemebel son faros. ¿Quiénes serían tus faros?

Por supuesto, Pedro Lemebel. Quentin Crisp. Carla Antonelli. Leopoldo Alas. Shangay Lily. Son muchos referentes en ese sentido.

¿Y te planteas un ejercicio similar al que emprendiste en Días ajenos? ¿Partir de textos, testimonios o discursos de tus referentes y hacerlos convivir con tus reflexiones?

No me lo planteo en este momento, pero no lo descarto. Me parece una idea bonita. Ahora mi momento de escritura está centrado en tomar notas, debido a los trabajos que estoy desarrollando, entre ellos el montaje de la serie.

Por último, quiero preguntarte por la poesía. Es muy complicado dar por terminado un poema. ¿Cuál es tu relación con la poesía?

Escribí poesía y en un momento dado sentí que había metido la mano para escribir poesía. Durante el confinamiento volví a escribir, publiqué unos poemas en Jot Down, pero tengo un problema muy grave con ella, y es que me gusta más leerla que escribirla. Y ese proceso de que un poema no se acaba nunca, a mí me pasa como lector. Cuanta más poesía leo, menos necesaria veo la mía. Y si fuera un negocio súper rentable y te forras en una gira por Soria, hija de la gran puta, pues lo hago… (Risas) Pero como no es así, prefiero continuar como lector, donde el ejercicio que hago es casi tan interesante como el de escritor.

*

Cuatro días después de esta conversación acudí al Teatro Guimerá de Santa Cruz de Tenerife para ver una función de Los días ajenos de Bob Pop, que su autor interpreta en solitario y dirige junto a Andrés Lima. De camino al asiento sonaba de fondo Absolute Beginners, una de mis canciones predilectas de David Bowie (gran amor de mi vida). Tras emitirse el tercer y último aviso, comenzaba la función. En la semioscuridad sonó Everyone Says Hi!, tema de Bowie que adoro y que no es de los más populares de su carrera. De ahí mi asombro. El telón ascendió lentamente y Bob cantaba sentado en su rincón de lectura. Mis labios y los suyos seguían el rastro de Bowie a través de la letra. Cantábamos juntas desde lo íntimo.

Los días ajenos es un libro abierto llamado Bob Pop. El artista acude a las voces y testimonios de otredades que son espejo, faro, cobijo y esperanza. Porque él hace suya la honestidad brutal de Keith Haring para trasladarla como mensaje propio. Amé ese momento en que Bob, Keith y yo fuimos un solo abrazo en aquella ficción. Salí del teatro con la emoción a cuestas. Pisé la calle con la huella de todas las personas y de todas las historias que Bob me había contado al oído. Porque solo él y yo ocupamos el espacio de la complicidad, el reconocimiento de nuestra historia, la sororidad LGBTIQ+.

Querido Bob: a partir de ahora no serán ajenos los días. Serán nuestros. Toda historia que termine con una canción de Liza Minnelli está destinada a perdurar. Quizás esta vez, habíamos cantado muchas veces. Maybe This Time. Y como todos aman al ganador, nadie nos amaba. Hemos empezado por descubrirnos y ahora cantamos en el presente las letras del pasado. Porque en ellas seguimos reconociendo lo vivido. Y nada nos va a arrebatar la nostalgia. Sobre todo, lo que la nostalgia nos ha empoderado. Como grandes divas bajo el foco. Te has pedido a Liza. Me pido a Shirley Bassey. Quedó atrás el muro de la adolescencia, por cuyos agujeros siempre vimos el escenario. Gracias por compartirlo. Gracias por todo, querida hermana.

Daniel María