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El 35 Festival Internacional de Música de Canarias (FIMC) programa para el sábado, 19 de enero, a las 20.00 horas, en el Auditorio Adán Martín de Tenerife, y un día después, en el Auditorio Alfredo Kraus de Las Palmas, el “Réquiem” de Verdi, interpretado por la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria, bajo la dirección de Karel Mark Chichon, junto al Coro Estatal de Kaunas y miembros del Coro de la Ópera Nacional de Lituania. Actuarán como solistas la soprano Mariangela Sicilia, la mezzo Marianna Pizzolato, el tenor tinerfeño Celso Albelo y el bajo galés Bryn Terfel, considerado uno de los cantantes líricos más importantes de su generación.

Con ritmos vertiginosos, melodías sublimes y contrastes dramáticos, en esta genial obra la música fluye, presenta bellos efectos sonoros y la parte vocal se llena de una enorme calidez, convirtiendo este “Réquiem” de Verdi más en un lamento ante la muerte que en una muestra de fe en la salvación y la vida eterna: la Misa de difuntos más humana jamás cantada.

El concierto ha sido presentado por la directora general de Cultura del Gobierno, Aurora Moreno, acompañada del consejero de Cultura del Cabildo de Gran Canaria, Carlos Ruiz, y del director del Festival, Jorge Perdigón. También estuvo presente en este acto informativo, el tenor canario Celso Albelo, actualmente uno de los tenores más solicitados en la actualidad, quien señaló que es la primera vez que se enfrenta a la interpretación del Réquiem de Verdi. Respecto a esta obra destacó la manera la manera de ‘Verdi de hablarle de tú a Dios y, a veces se arrepiente, de ahí los cambios de dinámica tan brutales de la obra’.

El representante del Cabildo destacó el excelente trabajo que está haciendo Chichon, ‘que garantiza seriedad y mucho esfuerzo’, al tiempo que el director del festival agradecía a la Filarmónica de Gran Canaria ‘su generosidad a lo largo del festival y a todos los integrantes de esta producción, ya que es una obra muy difícil’.

Según Perdigón, el ‘Réquiem’ de Verdi es una de las obras más importantes del repertorio sinfónico-coral, junto al de Mozart, la 9ª de Beethoven y la Pasión Según San Juan de Bach’. Se le ha llegado a considerar como una de las “mejores óperas” de Verdi, a pesar de tratarse de un oratorio.

El público interesado en conocer previamente más detalles sobre esta producción puede asistir a la charla introductoria que se ofrecerá una hora antes del concierto (19:00 horas) en los mismos auditorios, a cargo del músico y divulgador Ricardo Ducatenzeiler, con el apoyo de Fundación Cepsa. Las entradas se encuentran disponibles en www.festivaldecanarias.com y en las plataformas habituales de los dos auditorios capitalinos.

Cabe recordar que no es la primera vez que esta obra se representa en el FIMC. En el año 2008 la interpretó la Philarmonia Orchestra, bajo la batuta de Riccardo Muti, con el Orfeón Donostiarra y la soprano Tatiana Serjan, la mezzo Ekaterina Gubanova, el tenor Giuseppe Sabatini y el bajo Petri Lindroos en los roles vocales.

Cumbre de la música litúrgica del siglo XIX

Tal y como señala el profesor de música José Ramón Tapia, los méritos de esta obra trascienden el hecho de ser simplemente “la cumbre de la música litúrgica del siglo XIX”, según la reflexión del experto verdiano Julian Budden. Es algo más: un cambio totalmente radical en la manera en que la sociedad de entonces establecía su relación con lo religioso. Es así como Verdi, por encima de Mozart o Rossini, se distancia de los rituales de la liturgia en un contexto en el que la división entre Iglesia y Estado se colaba en la búsqueda individual del camino hacia la fe.

Así, mientras para algunos se trata de “una prepotente profesión de fe católica”, para otros representa un Réquiem insólito: “agnóstico, dramático y popular”. Sin duda, es una de las obras maestras del compositor, en la que concentra su pensamiento musical de una manera más eficaz y explosiva, además de ofrecer “todos los recursos puramente musicales que había venido desarrollando en el transcurso de veintitrés óperas”, en palabras de Budden.

Fue el fallecimiento del poeta y narrador Manzoni la razón que impulsó a Verdi a terminar la obra. “Estoy profundamente entristecido por la muerte de nuestro gran hombre”, escribiría al violinista Ricordi. “Con él termina el más puro, el más santo, la más alta de nuestras glorias”, declaraba a su amiga, la mecenas Clara Maffei.

Verdi dirigió su Réquiem un 22 de mayo de 1874 en la iglesia de San Marco de Milán, un año después de la muerte de Manzoni, para lo que dispuso un coro de 120 voces, una orquesta de cien instrumentistas y, como solistas vocales, a Teresa Stolz (la primera Aida), María Waldmann, Giuseppe Capponi y Armando Maini. En ocasiones incrementó los efectivos, como el caso de una representación en el Albert Hall de Londres donde intervino un coro de nada menos que 1.200 voces. Lo cierto es que el estreno logró un rotundo éxito de público, pero no estuvo ajeno a las críticas, como la que recoge el célebre comentario del director de orquesta alemán Hans von Bülow, quien la consideró “una ópera con ropajes eclesiásticos”. En todo caso, Joahannes Brahms salió en defensa de Verdi, afirmando que “Bülow ha cometido un gran error. Sólo un genio puede haber escrito tal obra”.

Tres días después se representó la obra en el teatro La Scala de Milán; el director de orquesta y compositor italiano Franco Faccio tuvo a su cargo otras dos ejecuciones posteriores y, aquel mismo año, Verdi dirigió siete funciones en París y otras ocho al año siguiente.

La Misa de Réquiem no debe considerarse una ópera, ni tampoco lo pretende, pero hay que convenir en el hecho de que sus notas destilan la música del compositor italiano. Al respecto, se ha comentado que en el “Lux Aeterna”y el “Liber scriptus” se percibe una escritura muy similar a la del IV acto de la ópera “Aida”.

A propósito, Verdi advertía sobre la interpretación de su “Réquiem” que “no se debe cantar esta Misa a la manera en que se canta una ópera” y, en consecuencia, “el fraseo y la dinámica que puede estar bien en el teatro no me satisfacen en absoluto”. En este sentido, tal y como subraya el musicólogo David Rosen, Verdi se mostraba especialmente contento con las interpretaciones de París, porque eran menos “teatrales” que las italianas.

Como afirma George Martin, autor de una biografía sobre el compositor italiano, el objetivo de todas las misas de difuntos suele ser idéntico: evocar en el oyente una sensación de paz. Verdi incorporó a los textos básicos en estas composiciones el “Libera me” y también amplió el “Dies irae” a una partitura que compuso prácticamente entre las ciudades de París, Sant Agata (en la provincia de Piacenza) y Milán, desde el invierno de 1873 y hasta la primavera de 1874. “Estoy trabajando en mi Misa y lo hago con placer”, le escribía el compositor al manager de teatro y libretista francés Camille Du Locle. “Me siento como si me hubiera convertido en un ciudadano respetable y ya no soy el payaso del público que, con un gran tamburone y un bombo, grita: ven, sube, etc. Como puedes imaginar, cuando escucho las óperas de las que se habla ahora mi conciencia se escandaliza e inmediatamente hago el signo de la cruz”.

Con todo, el concepto de música sacra operística no nace con Verdi. En la Italia musical del siglo XIX, Donizetti había compuesto un Réquiem para honrar la memoria del compositor Vincenzo Bellini, y también Rossini, con su “Stabat Mater”. Ambos representaban precedentes de música religiosa influida por el estilo operístico.

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