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El 28 de diciembre de 2019 uno de los telescopios del programa ATLAS (Asteroid Terrestrial-Impact Last Alert System), situado en Hawái, descubrió el cometa C/2019 Y4 (ATLAS). Un débil y difuso cometa de magnitud 19, que en principio, no destacaba dentro del medio centenar de objetos de su clase que son descubiertos anualmente.

Cometas, pequeños cuerpos con un tamaño del orden de pocos kilómetros de diámetro, que por millones envuelven el Sistema Solar en una ancha esfera situada entre 10.000 y 50.000 unidades astronómicas* (UA) del Sol: la Nube de Oort. Los cometas son los bloques residuales de la formación de nuestro Sistema Solar y contienen ese material original prístino, todavía en el congelador del espacio más exterior, sin alterar por los procesos que se han desarrollado cerca del Sol.

Las mareas galácticas y la influencia gravitacional de las estrellas cercanas en movimiento perturban las débiles órbitas de esos pequeños objetos, y algunos se van descolgando desde la Nube de Oort durante miles de años en una órbita parabólica hacia el Sol.

En su aproximación final hacia el interior del Sistema Solar, la gravedad de los grandes planetas puede alterar lo suficiente las órbitas de los cometas como para transformarlas en hiperbólicas, abandonando para siempre nuestro sistema; o elípticas, provocando su retorno periódico.

Después de obtener suficientes observaciones del cometa C/2019 Y4 (ATLAS) se pudo calcular su órbita, que por su similitud se ha determinado que se trata de un fragmento del Gran Cometa C/1844 Y1, el cual alcanzó magnitud 2 y una cola de hasta 15 grados de longitud observable a simple vista en los anocheceres de los primeros días de enero de 1845. La fragmentación del «cometa padre» podría haber sucedido 4.000 años atrás, según la órbita recalculada del C/1844 Y1.

Desde principios de 2020 el interés en el cometa C/2019 Y4 (ATLAS) fue aumentando tan rápido como aumentaba su brillo, que a principios de marzo ya había alcanzado la magnitud 8 siendo observable incluso mediante pequeños instrumentos. Si continuaba con una tendencia similar podría llegar a ser observable a simple vista a mediados de mayo, antes de su perihelio, cuando el cometa se iba a aproximar por dentro de la órbita de Mercurio hasta sólo 0,25 UA del Sol.

Uno de los proyectos en los que trabajan los telescopios TAR (siglas del Telescopio Abierto Remoto), situados en el Observatorio de Teide (IAC), es en el seguimiento de la evolución de la morfología de cometas. Y el cometa C/2019 Y4 (ATLAS) ha sido uno en el que ha centrado su atención.

TAR1 y TAR2 en el Observatorio del Teide

Los Telescopios TAR-1 y TAR-2 en el Observatorio de Teide (José J. Chambó). Aprovechando el par de telescopios de 0,5 m de gran campo, dotados con cámaras Super-CMOS de última tecnología, se obtuvieron imágenes registrando su coma, la atmósfera que rodea el núcleo cometario, que alcanzaba un tamaño de unos 500.000 km. Así como el detalle de su condensación central, de la que partía una estrecha cola iónica.

A mediados de marzo, el cometa frenó su rápido incremento de brillo, algo que suele ser usual en este tipo de cometas de muy largo período, reduciendo su actividad de emisión gaseosa en su aproximación final. Justo entonces, el Covid-19 obligaba a cerrar instalaciones profesionales en todo el mundo, pero afortunadamente la comunidad de astrónomos amateurs pudo seguir observando el cometa durante los siguientes días, detectando en sus imágenes que el núcleo del cometa había empezado a fragmentarse.

La desintegración es uno de los destinos finales de muchos cometas, constituidos por bloques poco cohesionados de material, con contenido altamente volátil y ligados por la microgravedad inherente a su pequeño tamaño. En cada aproximación al Sol, su estructura se debilita debido a la sublimación de los gases -principalmente agua- contenidos, que a su vez arrastra sólidos, y a las fuerzas de marea provocadas por la potente gravedad del Sol. La consecuencia más bella de todo este proceso es la formación de las largas colas que muestran la mayoría de cometas.

Durante la segunda quincena de marzo, diferentes observadores pudieron seguir cómo los fragmentos del cometa ATLAS iban separándose y, a su vez, disgregándose en otros fragmentos menores. El Telescopio Espacial Hubble los observó con detalle los días 20 y 23 de abril. Y los últimos estudios sobre la disposición y evolución de los fragmentos, en paralelo y no a modo de “tren de fragmentos”, apuntan a que, probablemente, la fragmentación sucedió a gran distancia heliocéntrica y no en estos momentos de mínima distancia al Sol.

De todos modos, los fragmentos del C/2019 Y4 (ATLAS) así como los de cualquier cometa que se desintegra, siguen la misma órbita del objeto original y apenas se separan unos pocos miles de kilómetros. En ningún caso modifican su trayectoria sustancialmente y no representan ningún tipo de peligro, por tanto su máxima aproximación a la Tierra será el 23 de mayo de 2020 a 0,78 UA de nuestro planeta, 117 millones de kilómetros.

A principios de mayo, al menos los dos fragmentos principales se seguían observando. Parece que llegarán a alcanzar el perihelio el 31 de mayo, pero brillando bastante menos de lo esperado.

* Una unidad astronómica equivale a la distancia media entre la Tierra y el Sol. 150 millones de kilómetros, aproximadamente.

José J. Chambó Bris (https://cometografia.es)

Miquel Serra-Ricart (Administrador del Observatorio del Teide y Astrónomo del IAC).

«Más información en la web del IAC».

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